De la piedra al polvo: La fabricación de cal.

26/3/24
Texto: Fernando Campuzano Domínguez

Grazalema, en la provincia de Cádiz, es uno de los lugares más bellos de este país. Situada en la Sierra de su mismo nombre y dentro de la llamada Ruta de los Pueblos Blancos. Sus casas obtienen el color blanco de la cal que cubre muros y paredes, convirtiéndose en su rasgo más distintivo.

Desde hace muchos siglos se ha utilizado este producto natural, extraído de las piedras calizas de la sierra con diferentes funciones: para la construcción y el encalado en sus paredes, como desinfectante o como aislante térmico frente a las altas temperaturas del verano andaluz.

En un artículo del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, se nos dice que los inicios de la elaboración de cal en nuestro pueblo se debe al uso de ésta como esterilizante e higienizante, para evitar el contagio de la epidemia de fiebre amarilla que vino de América y desde Cádiz pasó a la Baja Andalucía a principios del siglo XIX. Si bien es cierto que Ensenada en su Catastro de Grazalema no recoge ningún dato de caleras en la mitad del S.XVIII, no parece lógico creer que el uso y fabricación de la cal fuera desconocida para nuestros antepasados (1).

Vamos a descubrir el proceso de producción tradicional de la cal en la Sierra de Grazalema y la dureza de este trabajo.

“Los hornos de cal son numerosos y explotados por obreros que o trabajan por su cuenta, o son empleados por el propietario de la tierra donde se encuentra el horno. Sin embargo, no es para nadie una ocupación a tiempo completo” (2).

La cal es un elemento indispensable para el encalado, tanto en interior como en exterior de viviendas, teniendo la función de repeler los rayos del sol en los calurosos meses de verano. Se usa como desinfectante en casas o en el tronco de los árboles. En el mundo romano era empleada como cemento u hormigón para la construcción de viviendas y edificios que han perdurado hasta nuestros días. Llegando su perfección a tal punto que existían de diferente tipos según la función requerida. Los había para retener y contener el agua de las cisternas, aljibes y piscinas que abastecían a ciudades y complejos termales. Existían también morteros y hormigones de liviano peso usados para la fábrica de cúpulas o bóvedas haciéndolas más ligeras y por tanto menos propensas a hundimientos.

La cal se producía en las llamadas caleras. Estas tienen forma cilíndrica, a modo de torre y se denominan vaso. Está compuesta de una entrada o boca que nos lleva al hornillo, horno o caldera donde se deposita el material vegetal que hará de combustible, normalmente suele ser la abulaga y matagallo en cantidades ingentes debido a su bajo poder calorífico. Este hornillo posee en su interior un poyete donde se van colocando hileras de piedra. Estas se van estrechando a medida que van sucediéndose las hiladas, para formar finalmente una falsa bóveda. Toda ella está revestida de barro para impedir la fuga de calor cuando esté funcionando.

Para que el horno no deje de producir calor es necesario el acopio de abulagas de los contornos en grandes cantidades. Un gran número de gavillas compactadas de este vegetal eran necesarias para hacer funcionar el horno de cal. Como instrumento muy típico de esta sierra se usaba una gran rama de pinsapo a la cual una vez pelada se le dejaban las últimas transversales para poder sostener las abulagas y transportarlas una vez pinchadas una a una. La carga de estas varas se hacía entre dos compañeros. Uno sujetaba la rama en vertical y el otro iba colocando las abulagas hasta que completaba la carga. Una vez apoyada al hombro y cogida con la palma de la mano por el extremo inferior de la rama, se llevaban al vaso. A veces, si la distancia era grande, se efectuaba el transporte en bestias. Como este material es de poco poder calorífico, era preciso estar constantemente vigilando que no se apagaran las llamas y para ello se hacían tres guardias o turnos de dos personas las 24 horas del día.

También era necesario almacenar agua, tanto para beber como para evitar incendios. Por este último motivo, la pareja de la Guardia Civil se daba una vuelta por las diversas caleras y hornos de picón del término (3) .

Un beneficio añadido de usar la abulaga como combustible es que al recogerla, se rozaba el campo, dejándolo nuevas zonas de pasto para el ganado.

Una vez cargada la caldera de abulaga (a veces también se usaban matagallos), se comienzan a poner sobre la falsa bóveda las piedras calizas que previamente se han traído, como antes se hizo con las abulagas. Se colocan de mayor a menor tamaño hasta completar la altura de la calera.

Entonces comienza el proceso de echar a andar o encender el horno, el cual se deja un día entero ardiendo llegando a alcanzar temperaturas de 900 a 1.000 grados. Durante este tiempo el humo sale de color negro. Al cambiar al color blanco, sabemos que las piedras están quemándose y produciéndose la transformación en cal. Así está otros dos días más para después dejarlo enfriar entre 5 y 7 días. Una vez pasado este tiempo se extraen las piedras y entonces denominaremos al material extraído “cal viva”. El rendimiento de cal tras finalizar el proceso puede llegar a un 70% del peso inicial de las piedras.

Aún existen restos de caleras repartidos por toda la sierra. Por el Puerto del Boyar, por el puerto de las Cruces (Peñaloja) en las faldas de la Sierra del Endrinal. En esta sierra se hizo otro vaso en el Llano del Navazo. En las sierras de la Ribera del Gaidovar eran frecuentes y aprovechaban las transitadas cañada de Los Melchores y Real para venderla en el mismo camino.

Como curiosidad, las mujeres no podían pasar por las caleras cuando estaban en periodo de menstruación, pues según las creencias populares se podría echar a perder la cal.

Cuadrilla de caleros sentados sobre el vaso de la calera durante la primera parte del proceso de cocción de las piedras. Junto a ellos, el abastecimiento de abulagas y sobre ellas las ramas de pinsapo con las que se transporta y manejaba el combustible. Mario Sánchez Román (195?)
Restos de una calera en la Sierra de Grazalema. Vicente Román Fernández (2024).
Restos de una calera en la Sierra de Grazalema. Vicente Román Fernández (2024).
Cuadrilla de caleros con su curiosa y práctica indumentaria. Trapos y gorras con las viseras hacia atrás, sacos en la cabeza, los hombros y la espalda para evitar que entraran restos o trozos de abulaga en la cara y los ojos. Mario Sánchez Román (195?)

Caleras


(1) Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico: Ruta Cultural: “Construyendo y blanqueando, caminos de cal, en Andalucía y Marruecos. 2014.
(2) Julian Pitt-Rivers. Un pueblo de la sierra: Grazalema. Alianza Editorial. Madrid. 1994.
(3) Entrevista a Juan Mateos Sánchez (Juanito de La Torrecilla). Grazalema, 2 de Marzo de 2024.

Ahora que tenemos la cal, la podemos transformar en polvo y almacenarla en sacos. Para que realice su función de encalar paredes y muros hay que volver a convertirla en líquida y la llamaremos entonces cal apagada. Este procedimiento se hace hidratándola, echándole agua con sumo cuidado pues puede alcanzar los 200 grados de temperatura. Se añaden 10 litros por cada 30 kilos y en una segunda vez 5 litros más.

Antaño se almacenaba y envejecía en calereros: grandes tinajas enterradas en el suelo de los patios o corrales de las casas. Para mantenerla y conservarla se cubría con una capa de agua y se iba sacando la cantidad que se necesitara para encalar.

Tradicionalmente, el encalijo se hacía en los meses de mayo, junio y julio. Así, las casas y las calles estaban relucientes para las fiestas de la Virgen del Carmen y la Virgen de los Ángeles.

Actualmente, aunque se siguen blanqueando las casas, la cal ya ha sido sustituida por nuevos materiales.

Para la construcción se usaba la cal apagada triturada y convertida en polvo. El mortero se hacía con dos partes de tierra y una de cal. Se vendía en sacos y por arrobas (11.5 kilos).

Para conocer Grazalema resulta fundamental comprender el uso de la cal, que refleja la adaptación natural de su población al entorno calizo de la sierra.

La cal


Fachadas de piedra encaladas en la Calle Agua de Grazalema. Mario Sánchez Román (195?)